ASI EMPIEZAN LOS CUENTOS DE HADAS

La primera declaró: serás libre, tendrás alas, volarás por los aires.

La segunda ordenó: Tendrás sueños, los perseguirás noche y día, día y noche, hablaras con ellos, dormirás con ellos, serás por y para ellos.

Y la tercera, para no verse menos bondadosa, decretó: Tendrás letras por armas, palabras por escudos, aprenderás el arte de la guerra letrada -¡que buen termino había inventado!- y por ella darás tu vida cada día.

Y en ese momento llegó el hada mala, la de todos los cuentos. Miró a la niña con fastidio (esta era ya la octava chiquilla en menos de doce horas) y dijo: Serás guerrera, pero saldrás siempre lastimada. Tendrás sueños, pero caerás una y otra vez al suelo al intentar tomarlos. Y serás libre, tan libre, que el amor no alcanzará tu paso.

Dicho y hecho, el hada mala se retiró a otro cuento, con manzanas, espinas y otras profecías, a hacerle mierda la vida a alguien más.

LOGICA INJUSTA

Un hombre de edad mediana entra al vagón del metro y se dirige a un asiento libre, acompañado de un niño pequeño, cuatro años quizá, que carga una bolsita de plástico con un pez beta. El hombre sienta al niño en sus piernas. El niño mira al pez:

Niño dice- Pero ¿El pez se va a volver a morir?

Hombre responde- Este es uno diferente

Niño dice- Pero ¿Se muere?

Hombre responde- No, si le das de comer.

Niño dice- Pero ¿va a vivir hasta hacerse viejito?

Hombre responde- Los peces se hacen viejitos muy rápido.

Niño dice- Pero ¿Se va al cielo con Dios?

Hombre responde- Sí. Dios se lo lleva al cielo de los peces

Niño dice- Pero ¿Dios se hace viejito?

Hombre responde- Si, él también es viejito

Niño dice- Pero ¿Él también se va a morir?

Hombre dice- No. Dios no se muere nunca.

Niño responde indignado- ¡¡Nunca!! ¿Y se va a llevar a mi pez? ¡Que injusto!

REALIDADES DE PRINCESAS

Abrió los ojos: sentía las piernas entumecidas y los pies helados, la piel reseca, casi ajada. Sentía un dolor de cabeza punzante, casi rítmico. Y sobre todas estas cosas, sentía que habían pasado ya más de cien años.

Y el príncipe azul aún no llegaba.

Tambaleante, la bella durmiente se puso de pie. Por primera vez en un siglo –probablemente más- estiró los brazos, restregó suavemente los ojos, bostezó ciertamente hastiada. Aburrida. Tomó un cepillo y comenzó a desenredar su cabello, largo, largísimo, alisó el vestido mustio, cubierto de telarañas. Y tomó un espejo para comenzar el recuento de los daños. ¡En un siglo pasan tantas cosas!

Inmediatamente lo soltó, dejándolo caer y quebrarse. De nuevo se recostó, cruzó las manos en el pecho, cerró los ojos intentando contener las lágrimas. Intentando volver a los sueños felices, al cuento de hadas. Intentando volver al hechizo.

La bella durmiente había envejecido con el siglo

 

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