La primera declaró: serás libre, tendrás alas, volarás por los aires.
La segunda ordenó: Tendrás sueños, los perseguirás noche y día, día y noche, hablaras con ellos, dormirás con ellos, serás por y para ellos.
Y la tercera, para no verse menos bondadosa, decretó: Tendrás letras por armas, palabras por escudos, aprenderás el arte de la guerra letrada -¡que buen termino había inventado!- y por ella darás tu vida cada día.
Y en ese momento llegó el hada mala, la de todos los cuentos. Miró a la niña con fastidio (esta era ya la octava chiquilla en menos de doce horas) y dijo: Serás guerrera, pero saldrás siempre lastimada. Tendrás sueños, pero caerás una y otra vez al suelo al intentar tomarlos. Y serás libre, tan libre, que el amor no alcanzará tu paso.
Dicho y hecho, el hada mala se retiró a otro cuento, con manzanas, espinas y otras profecías, a hacerle mierda la vida a alguien más.
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