Le regalamos un telescopio al abuelo. Mas vale que no. Nos pidió que subiéramos su mecedora al techo para establecer su observatorio. Después, que lo subiéramos a él, con cuidado, que tengo esta pierna enferma. Posteriormente, la abuela dijo que ella no quería quedarse sola y hubo que subirla también.
Bajarlos todos los días es más complicado que subirlos: parece que se nos fueran a caer. Una vez en tierra hay que escuchar las narraciones acerca de lo que ambos han visto.
Si supieran que el telescopio no tiene vidrios.
Autor: Armando José Sequera
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